El viernes 10 de Julio disfrutamos de un concierto de los Veranos de la Villa, de Juan Perro, con 2 horas de canciones clásicas y nuevas, bien animadas por un cantante de siempre como es Santiago Auserón bajo el marco de fondo de la villa iluminada. Seguido de unas tapitas en la terraza de Juan Bravo como colofón de la noche y despedida por los 5 días que venían.
Ya que unas horas después, mi hermano y yo partíamos en un taxi para estrenar por fin la T4 y el trenecito subterráneo. Con gran ilusión en la tranquila noche me dirigía allí, a la par que con extrañeza y tristeza por quien despedía aquí. Aún no asimilaba en realidad que era el comienzo real del viaje, desde el MC Donalds en el aeropuerto con una hamburguesa a esas horas, jeje, siendo el mismo inicio y final de viaje en el JFK.
Así, un avión de la British a las 7 de la mañana partió rumbo de Londres. Estaba visto que este mes acabaría volando allí, jeje, aun con pena de que no era para ver la ciudad, pero siendo como enlace al destino final, no importaba, jeje. Siendo curioso ver allí cómo conducen al revés mientras nos enlazaban de terminales. Llegando a tiempo para enlazar con el avión definitivo. El que cruzaría el océano por el norte camino de Nueva York. Ahí ya empecé a asimilar que el viaje era real y ya estábamos camino de EE.UU, hasta con el típico formulario verde de entrada. Siendo un rápido vuelo a base de comidas, un sueño y pelis interactivas en la pantalla. Encantándome ver en la pantalla el recorrido real y ver que volábamos sobre Irlanda, Groenlandia, Canadá y bajar allí. Aunque sean destinos que no viera, el sólo hecho de saber que estábamos sobrevolándonos por encima ya me gustó.
Que sensación me dio al aterrizar ir viendo la ciudad desde el aire y ver a lo lejos el skyline distinguiendo el Empire, y como no, lo primero al llegar el banderón americano sobre el control de entrada. Miedo me daba esa situación yo que no oía por la presión del avión, y por cómo me la pintaban, pero no fue tanto, tras 3 preguntas de nada y tomarte la foto y huellas. Y eso que al hombre le costaba bajar la manita para poner el sello de entrada, jejeje, que me estaba poniendooo. Pero via libreee. Aunque la maleta aún estuviera en Londres y viajara más tarde allí. Pero bueno, tras el viaje en bus a la city, para entrar en acción, me sentí super extraño pensar que ya estaba por fin allí. Y con las 6 horas de diferencia cuando allí era de tarde aquí era de noche. Pensando siempre en Sofia en qué haría en esos momentos.
Que genial que el bus nos dejó sin saberlo en la misma puerta del hotel, que estaba muy cuco por dentro, en plan moderno pero muy agradable y cuando descubrí que era de una cadena española, entendí porqué hablaban todos español y tenían los carteles traducidos a nuestro idioma. Con una habitación genial, grande, con pijadas que en otros no había visto antes, y super cómoda. Así que ya podíamos entrar en faena, jeje. Ya estábamos en la Gran Manzana!
No me lo podía creer, tener un hotel al lado de la Quinta Avenida, entre el Chrysler y el Empire, con la Grand Central Station a un minuto. Nuestro lugar diario de desayuno, jeje. Así empezamos a patearla hacia abajo para ir viéndola con una primera toma de contacto. Un mega paseo de 4 horas cansados que íbamos ya del cambio horario y del no dormir, pero daba igual, porque estábamos allí. Bajando por la Quinta teniendo ya de cerca el Empire que me impresionó por su altura y por el hecho de pensar: Diosss, por fin está ahí!. Y cómo aún me era nueva la ciudad, no conocía el mapa ni donde estaba cada cosa, siendo siempre una sorpresa. Como así fue, un poco más abajo ver el Flatiron, el que fuera el primer rascacielos con su curiosa forma tan estrecha. Dando más abajo un paseo somero por Little Italy y Chinatown. Que curioso ver ese barrio chino, con sus supermercados de productos suyos, hechos y para hacer, los patos colgando, tiendas de todo tipo, en la que dejamos el dólar a cambio de una buenaventuranza, restaurantes donde había ya tal hambre que fuimos a comer (a la hora que ellos ya cenan, entre 5 y 7). Estaba riquísima y abundante la comida y es muy diferente a los chinos nuestros. Con un servicio muy atento, algo que pude descubrir en cada sitio que fuimos esos 5 días.
Con las fuerzas recuperadas, nuestros pies siguieron bajando hacia el puente de Brooklyn donde la primera imagen (la que publica este post) me fue preciosa de encontrar de golpe. Otro monumento que me hacía extraño ver que estaba ahí. Siguiendo hacia abajo, hacia Wall Street donde al ser sábado por la tarde que no hay trabajo, se respiraba un ambiente extraño. Grandes edificios, en calles vacías y embargadas por el silencio, dando la sensación de una ciudad fantasma, algo bien raro en una ciudad tan populosa como Nueva York. Viendo el edificio de la Bolsa y la estatua de George Washington. Así como la iglesia de la Trinidad en un barrio moderno donde resultaba extraña de ver. Bajamos a ver el toro de Botero que tantas ganas tenía de ver por la peli de Hitch. Ya que es una ciudad donde reconoces un montón de escenas de películas a medida que la caminas. O a la vez, te encuentras con muchos rodajes como nos pasó esos días. Ya allí, tras más fuerzas en un Starbucks (que aquí se verán pocos pero allí esos y los Dunkin Donuts a porrillo), tomamos el ferry gratuito que va a Staten Island para ver el que era el primer anochecer, viendo cómo el skyline de la ciudad se va quedando a lo lejos a medida que se hace de noche, y a tu izquierda, pasas por la Estatua de la Libertad, con el mismo camino de vuelta para acercarte a la ciudad de noche. Un espectáculo realmente bonito y estupendo como fin del día. ¿Fin de día?? Nooo. Porque al llegar, cogimos un taxi (muy modernos por dentro con su sistema de GPS y pantalla táctil, o pago de datafono trasero), para subir lo andado por el borde del río, hasta la Quinta, para cenar en un pub irlandés bien bueno en plan hamburguesa y Guiness, y tener la primera imagen de Times Square de noche! Alucinante! Ver ese halo de luz que desprende, de sus pantallas múltiples, de anuncios, teatros, musicales, megastores, cines… la gran vida que allí se mueve… me quedé embobado sin querer irme y viéndolo todo atentamente como un niño pequeño. No me lo esperaba así. Y aunque eran sitios cercanos que verías mucho en los días posteriores, cómo comienzo no está nada mal el primer día.
Así caímos a dormir ese día con nuevas ilusiones puestas en el día siguiente. El primer sueño bajo cielo neoyorkino. Pero un sueño ya se estaba cumpliendo…